Puebla domingo 23 de agosto de 2020 - 20:32

La entrevista que desveló los cien rostros de Miguel Barbosa

Mario Alberto Mejía tironeó desde cien flancos distintos para que Miguel Barbosa mostrara, a su vez, cien flancos distintos. En ocasiones hablaron de adversarios mutuos y de antiguos aliados, o como sospechosos portadores de un secreto común.
La entrevista que desveló los cien rostros de Miguel Barbosa
barbosa
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Apenas aparecieron ante la pantalla se podía notar que aquella entrevista sería sobre todo un ejercicio de complicidad. Eran cómplices en toda la extensión de la palabra. Coautores de una charla perversa, como nombraron a su encuentro. Y sólo el título ya aventuraba varias cosas: que el periodista haría que el gobernador dijera todo lo que no había dicho en el carrusel de entrevistas que le precedieron a aquella, y que eso, lo que sucedería a continuación, sólo podía ser provocador y amenazante a partes iguales.

 

Comenzaron hablando del poder. Hablaron de la conjura, del periodismo, de la estrategia, de la prosa y del verso, pero sobre todo hablaron del poder. Hablaron de Lozoya, de Manzanilla, de Moreno Valle, de Rivera y de López Obrador. De la infancia y de la vejez. Del vigor y de la enfermedad. Hablaron del exilio, de la justicia y de la venganza. Y después volvieron a hablar del poder.

La escenografía era discreta: dos sillas, jarrones de talavera, una mesa con dos tazas de café, la fracción de un cuadro paisajista colándose al fondo, una cámara, dos hombres sentados uno frente al otro. Y el encuentro, sin embargo, duró 138 minutos.

Mario Alberto Mejía tironeó desde cien flancos distintos para que Miguel Barbosa mostrara, a su vez, cien flancos distintos. En ocasiones hablaron de adversarios mutuos y de antiguos aliados, o como sospechosos portadores de un secreto común.

Y con cada palabra fue trazándose el perfil nítido de un hombre inclasificable: de un hombre que puede incomodar a la izquierda y a la derecha; de un hombre que pide perdón a la prensa por mostrarse intolerante a ratos, y al mismo tiempo reconoce que mandó a realizar el perfil psicológico de un columnista; de un hombre que compitió dos veces por el mismo cargo y que, sin embargo, no volverá a la política cuando su sexenio termine; de un hombre poderoso, el más poderoso del estado, que en el fondo titularía su vida como La inmerecida historia de un niño de pueblo.

Comenzaron con Lozoya y el escándalo nacional del momento. ¿Qué mano poderosa te quería embarrar?, preguntó Mejía. No lo sé, pero me enteraré en su momento, respondió Barbosa. Hubo gente que se quedó enojada y frustrada, deslizó el periodista. Y se van a quedar frustrados en cada caso, contestó el gobernador, y poco después, mientras golpeaba su rodilla con los nudillos, completó: "Mira, óyela bien, ésta de titanio, que fue la amputación de mi pierna, fue producto de una marcha contra la Reforma Energética al lado del ingeniero Cárdenas".

¿Meterías la mano por alguien?, continuó Mejía cuando el gobernador exhibió que conocía la vida de muchos de los implicados, o al menos lo suficiente para sentenciar que las mejores enfrijoladas se comen en la casa del padre de José Antonio Meade. ¡Por favor!, exclamó Barbosa, "en política nadie mete las manos al fuego por nadie. ¿O acaso tú meterías las manos por Arturo Rueda?". "¡No!", dijo Mejía. "Ni él por ti", soltó Barbosa. Y rieron.

Después Barbosa habló del proyecto que tuvo para el fin de su sexenio, un proyecto que llevaba por nombre Fernando Manzanilla y que, según sus palabras, le colmó el plato cuando empezó a hablar más con sus enemigos que con él. Y, una hora más tarde, en el hiato necesario que requiere esta crónica, Barbosa también reconoció que, en el pasado, alguien le propuso ser, como él a Manzanilla, su proyecto. Y ese alguien sólo podía ser Rafael Moreno Valle.

"Moreno Valle me decía que yo podía ser el proyecto y que yo pusiera al secretario de Desarrollo Social para que desde ahí formáramos mi proyecto, pero yo le dije que no, que no podía ser parte de ese proyecto, porque yo nunca sería aliado del PAN", narró el gobernador. ¿Y en el escenario de que fueras parte del proyecto?, quiso preguntar Mejía. "No, no, no, estaría muerto políticamente", zanjó Barbosa.

Relajado, casi diríase que plácido, el gobernador también dijo que existían denuncias sobre prácticamente todo lo que oliera a morenovallismo: puentes, notarías, obras, títulos académicos, espionaje, colusión con la delincuencia. El tono con el que lo contaba parecería irreal frente a la gravedad de las acusaciones, salvo porque, horas antes de la entrevista, la Fiscalía General del Estado había vinculado a proceso a uno de ellos, a Jesús Giles. Y esa acción sentaba el peso real de cada una de las palabras del gobernador: aquella entrevista era algo más que un simple relato vivencial.

En algún momento Mejía citó a Roosevelt y dijo que los políticos hacían campaña en verso y gobernaban en prosa. La cita, que marcaría el final de la entrevista, encandiló tanto a Barbosa que soltó una pequeña risa, una risa infantil, y se quedó sonriente mientras miraba un punto inexacto frente a él. Se solazó en esas palabras durante algunos segundos, y tardó en contestar un rato.

Para que mi gobierno en prosa hubiera llegado a ser verso, contestó finalmente, yo tuve que haber encontrado limpio de corrupción el escenario poblano… y no lo encontré. Después reconoció que no era alguien que generara mucha simpatía. "Lo sé, lo sé, dijo muy serio. No soy alguien por el que se derrita la gente. Destilo amabilidad, pero también irradio una serie de energías complicadas".

Enlistó a cuatro personas por las que el panismo nacional, y en general la oposición, siempre se enfocan para golpear al nuevo régimen: Andrés Manuel López Obrador, Martí Batres, Gerardo Fernández Noroña y él. "Y comienzan los chingados y las patadas, pero somos gente a toda madre a la que nos encantan los madrazos", soltó el gobernador.

La recta final del encuentro estuvo marcada por la vida familiar del gobernador, que quizá el pasaje menos explorado públicamente. Allí Barbosa dijo que cuando su mandato termine se irá a donde sea que estén sus hijos, y que posiblemente escribirá sus memorias con ayuda de su esposa, Rosario Orozco, con la que reconoció que comparte absolutamente todo. También anunció que, de escribir un libro de memorias, seguramente la titularía como La inmerecida historia de un niño de pueblo.

Sería mi historia en verso, dijo remitiendo a la cita de Roosevelt. Un verso perverso, un verso perverso con un poco de picardía, mucha ironía, mucho buen humor y mucho cariño para todos.

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